La casa de mi abuela política —lástima que nadie haya inventado un término más preciso y bello para esa relación, para esas suegras sin lo malo de las suegras— está vacía durante casi todo el año: sólo tiene inquilinos cuando, un par de semanas en verano y otro par en Navidad, la ocupamos nosotros. Pero siempre por estas fechas, al llegar, nos recibe el Belén, que ella o la hija con la que vive se ocupan de colocar cuidadosamente.
