La entrada en Raqa es fantasmagórica. Los esqueletos de los edificios destruidos durante la guerra contra el grupo yihadista Estado Islámico (ISIS), mezclados con estructuras nuevas aún por terminar, se vislumbran con la poca luz de la luna que marca sus siluetas de forma tétrica. Parece una escena de una película de terror. En la primera calle principal de esta ciudad siria, en territorio controlado por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS, milicias kurdo-árabes), han estacionado varias camionetas custodiadas por hombres con pasamontañas y sin uniforme. Levantan sus armas al ver el único coche que transita durante el toque de queda, que empieza cuando se pone el sol y termina al amanecer. “¿Quiénes sois?”, preguntan airados. El traductor responde: “Son periodistas extranjeros; tratan de llegar al hotel”, y los enmascarados permiten que el grupo prosiga la marcha. La tensión se respira por toda la ciudad por el temor de sus ciudadanos a una incursión a gran escala de Turquía, el enemigo acérrimo de las milicias kurdas de la región.