
El puño en alto para saludar. El bajo Höfner en forma de violín colgado de sus hombros. La media melena peinada a raya y sorprendentemente frondosa. Ese característico arqueo de piernas llevando el ritmo. Del equipo de sonido sale Can’t Buy Me Love. 60 años de música pop desplegándose sobre los 15.000 privilegiados que llenaron el WiZink de Madrid. Rostros que muestran tanta felicidad que no se puede describir. Y esto no ha hecho más que empezar. Paul McCartney, 82 años, pocos artistas de pop vivos que hayan marcado a tanta gente. Anoche estuvo en Madrid para repartir felicidad. Había adolescentes con sus padres, parejas de abuelos, también grupos de jóvenes. Gente dichosa, contenta, pasando el mejor lunes de sus vidas. No existe medicina más eficaz para superar la mala cara con la que nos mira a veces el mundo que dos horas y media con este hombre optimista y entusiasta, el guardián del legado musical más relevante de la historia del pop, el de The Beatles.